Es el vehículo para expresar mi ser más profundo,
es el amortiguador de mi vida emocional,
me ayuda estar presente y realizarme en el mundo material.
Mi cuerpo me ayuda a sentirme y darme cuenta de que existo.
En él hace eco cada situación de mi vida.
Se relaja, se tensa, se disfruta, se asusta, se protege.
Me hace sentir bienestar, placer, amor y también a veces miedo, rabia y vergüenza.
Es el sabio e infalible indicador de mi vivencia del presente.
Mi cuerpo guarda, en su memoria consciente e inconsciente, toda mi historia.
Sus corazas musculares son el testigo de mis alegrías, mis tristezas, mis victorias y mis miedos.
Son la armadura que he construido para protegerme y amortiguar los desafíos, las experiencias dolorosas y las exigencias de la vida cotidiana.
En un momento de mi vida sentí la imposibilidad de conectar con el placer y la capacidad de encontrar bienestar en mi cuerpo y me di cuenta de que estaba desconectada de él y de mí.
Para reconectarme he transitado un largo viaje, he atravesado abismos de gran dolor, desiertos, aguas profundas y emociones reprimidas.
Mi cuerpo había memorizado vivencias de tiempos remotos y los había escondido en un lugar profundo de mi inconsciente.
Al reconectar con mi cuerpo pude escucharlo nuevamente y reconectar con su gran sabiduría.
Ahora mi cuerpo es mi mejor compañero, lo amo y le agradezco porque es el que me ha ayudado a llegar hasta donde estoy.
Poco a poco, me fue llevando por el recorrido de mi pasado para sanar las heridas profundas y me reconectó con el disfrute de vivir el momento del presente.
En esta odisea no he estado sola. En el camino he encontrado la guía y el acompañamiento comprensivo y sabio de otras personas. Al principio llevaron la antorcha que me ayudó a no perderme en la oscuridad y, cuando estuve lista, me la entregaron para que fuera yo la que la llevara.
A la vez, siempre supe que en mi interior habitaba la sabiduría profunda del observador interno y guía interior, que siempre sabe dónde está mi norte.
Y así continúo en el camino infinito de autoconocimiento. Cada paso que doy me ayuda a ordenar mi propia realidad y a fortalecer mi aprendiz y guerrera interna. Es una diosa que me llena de seguridad y que me conecta con mi propio poder. Ella me acompaña y me ayuda a reconquistar mi verdad.
Con su sabiduría he dejado de sentirme culpable y he aprendido a expresarme, a poner mis límites con claridad, asertividad y amor. He podido salirme del gran aislamiento y de la soledad que me tenían prisionera.
Por eso, mi cuerpo es mi templo sagrado. Lo cuido, lo amo lo escucho y le agradezco.
Texto de Raphaela Kollmann y Ximena Ordónez, facilitadoras del Grupo de Mujeres Sanando Heridas.