Es indiscutible la influencia del sonido en nuestras vidas. Aprendemos a escuchar antes de ver y oler por primera vez, cuando aún estamos en el claustro materno recibiendo los estímulos internos y externos a través de los sonidos amortiguados que llegan a la placenta. Desde las primeras semanas de vida, en estado embrionario, ya somos capaces de percibirlo: los latidos del corazón de la madre, su respiración, los ruidos intestinales durante la digestión, el paso de la sangre a través del cordón umbilical, su voz e incluso determinados sonidos procedentes del exterior. Una vez abandonamos el claustro materno, las vibraciones sonoras del entorno siguen acompañándonos durante toda la vida. El sistema auditivo y la piel, captan y transforman dichas vibraciones en señales eléctricas que, en función de sus parámetros acústicos, podremos “sentir” y percibir.
Desde antiguas tradiciones primitivas, el sonido ha sido considerado como un instrumento para explorar y alcanzar determinados niveles de consciencia, a través de distintas técnicas de meditación. En la mayoría de las religiones y al margen de su influencia en el bienestar físico, mental y emocional, el sonido es un medio para situar nuestra dimensión espiritual en un estado donde exista mayor receptividad. Por ello, la terapia de sonido, también denominada sonoterapia, además de abordar la salud física, mental y emocional, va más allá, y es utilizada como herramienta para avanzar en nuestro crecimiento personal.
En términos físico, el sonido apenas tiene secretos para nosotros. Pero, no olvidemos que es nuestro cerebro quién lo decodifica e interpreta y ahí es donde reside parte del desconocimiento actual. Esa inteligente y compacta masa de 1.400 gr con aproximadamente 85.000 millones de neuronas y trillones de posibles conexiones, sede de nuestra actividad mental y emociones, continúa siendo un reto titánico para el propio cerebro que aún no es capaz de comprenderse a sí mismo.
La neurociencia, gracias a la tecnología de las neuroimágenes, ha dado un gran impulso al conocimiento del sistema nervioso, en particular, a las respuestas que ofrece el cerebro ante determinados estímulos. Ello ha desmitificado el uso “paracientífico” de determinadas terapias vibracionales (musicoterapia, sonoterapia) al ser posible la “visualización” de lo que ocurre en su interior, en espacios nanométricos, y obtenerse evidencias de sus reacciones ante la exposición a estímulos sonoros y musicales. Un análisis pormenorizado y riguroso permite deducir posibles aplicaciones terapéuticas con el objetivo de mejorar nuestro bienestar y calidad de vida.
La mayoría de las personas experimentamos multitud de sensaciones y vivencias con la simple escucha musical. Dos grandes cualidades de la música son, su poder de evocación emocional y su capacidad de cohesión social, hecho que según algunos antropólogos permite constatar que a pesar de que la música no es vital para la supervivencia, ésta se ha conservado a lo largo de la historia de la humanidad y ejerce una notable influencia no ya en los seres humanos, sino en todos los seres vivos.
Por Jordi A. Jauset.
Doctor en Comunicación. Máster en Psicobiología y Neurociencia cognitiva con un título Profesional de Piano.