A la luz de mi experiencia personal puedo decir que la voz es un medio sorprendente para conocerse a sí mismo. Bastaría entrar en el ejercicio gestáltico del “Continuum de atención” desde una modalidad sonora para descubrir que nuestra voz desvela nuestro ser más allá de las palabras. Desde ahí entiendo este proceso como una especie de “vipassana” sonoro, que pasa por la expresión espontánea de sonidos que tengan que ver con sensaciones o vivencias internas. Poco a poco esta experiencia, cuando se vive desde un contexto meditativo, permite a la mente irse liberando de todo lo superfluo y experimentar el vacío que las prácticas meditativas inducen.
A nivel terapéutico la voz funciona como un canal por donde pasan a modo de cascadas de sonidos todo nuestro mundo interno, desde nuestras peleas y sinsabores, heridas antiguas, a la expresión del ser esencial que anida detrás de nuestras máscaras.
El sonido tiene la facultad de romper, con sus vibraciones circulares – a modo de masaje interno- cualquier armadura o coraza caracterial. Me he dado cuenta, desde mi experiencia, cómo puede ser curativo poder cantar el mundo emotivo que se esconde detrás de las palabras. Y cuando digo cantar me estoy refiriendo a traducir a sonidos el propio proceso interior, donde esos sonidos pueden tomar formas sonoras diferentes, -quejidos, conatos de voz, alaridos, jadeos, improvisaciones sonoras, canto libre o jerigonzas animalescas-.
Cuando al paciente se le dice “pon un sonido a eso que me estás contando”, algo pasa, algo diferente, que va desde lo lúdico a un cierto temor por no poder utilizar con seguridad los recursos defensivos habituales. Parece sencillo, casi como si se tratara simplemente de dar expresión sonora a las heridas, comenzando desde un simple sonido. En realidad se trata de un proceso mucho más complejo de lo que parece.
El proceso terapéutico sonoro requiere sobretodo un saber estar con ese tipo de lenguaje sonoro en cuanto es un código distinto, al cual no estamos acostumbrados. Tampoco el terapeuta puede seguir a su paciente con los recursos habituales, y ahí su bravura consiste en acompañar con el sonido, con su propia intuición sonora, dejándose fluir con el otro, escuchando la calidad del sonido, el timbre, el volumen, la amplitud…y llegando a entender cuándo un sonido está ahogándose y necesita la partera. Porque efectivamente es como un parto: algo que está incubando dentro, va tomando forma a veces con sonidos poco claros, imperceptibles… y es acompañando esos sonidos frágiles que poco a poco se llega a abrir el canal y se destapa finalmente el verdadero sonido, que puede aparecer como un chorro de voz, un grito desgarrador, un do de pecho increíble o una melodía esencial. Para mí es siempre una aventura, un descubrimiento inaudito de las partes más recónditas e íntimas de una persona, y me sobrecoge siempre. Siento un enorme respeto y reverencia ante un ser que se descubre tan profundamente.
Este proceso deja blandito el corazón, es como si el alma se hubiera desnudado después de haberse tapado con muchos ropajes innecesarios. Y puedo decir también, porque así lo he sentido, que un nivel de intimidad tal tiene que ver con algo casi sagrado, que nos conecta con esa parte divina de nuestro ser esencial. Cuando echamos afuera nuestra parte oscura, sombría, la bestia, ese agujero que deja la energía liberada se puede llenar con amor, y ese amor no me resulta de este mundo.
Una vez también yo canté y di rienda suelta a mi dolor contenido, me liberé y escuché un timbre en mi voz que no me parecía yo. Poco a poco, exploré sonoramente mis emociones, me familiaricé con esos sonidos y comencé a tejer partituras sanadoras en mi vida. Parí cantos de angustias, de dolor y soledad que se transformaban en dulces melodías. No sabía en ese momento que estaba dando a luz mi propio y genuino modo de trabajar con la Gestalt. Creo que conseguí, sin saber, ser fiel a la enseñanza de Paco Peñarrubia cuando nos decía en aquellos años de formación que una cualidad del terapeuta gestáltico es utilizar creativamente la propia neurosis como herramienta de trabajo.
Desde entonces han pasado ya casi 30 años, y siguen creándose partituras de nuestros retazos de vida.
Por Rosa Medina
Psicóloga, psicoterapeuta gestáltica, Gestalt-coach y Wingwave® coach. Especializada en sonido y voz.