La televisión suele ser un gran espejo donde ver reflejadas las preocupaciones colectivas sobre varias cuestiones. En el episodio 5 de la temporada 13 de Los Simpsons, el entrañable Homer se ofrece voluntario a un personaje que, con aspecto estrafalario y dotado de un péndulo, lo induce por diversión de los espectadores a tomar la forma de un gran historiador. Existen dos elementos sobre esta caracterización de la hipnosis que merecen nuestra atención. La primera, es la idea que la hipnosis constituye una práctica próxima a la magia, donde poderes ocultos y sobrenaturales operan a través de un individuo con capacidades especiales. La segunda, es que esta práctica, solo en manos de unos cuantos, se utiliza sobre un tercero que, como una masa de galleta, se modela a la voluntad del hipnotizador. Esta imagen de la hipnosis, potenciada por la industria del entretenimiento, constituye un prejuicio que dificulta la comprensión de la naturaleza de la hipnosis como herramienta terapéutica para el desarrollo personal. Así, de la mano de Milton Erickson, proponemos esbozar una imagen más apropiada de la hipnosis como herramienta terapéutica.
¿Qué es el estado de hipnosis?
Una puerta de entrada útil a la comprensión de en qué consiste la hipnosis es el concepto de estado de trance. Para Erickson, el estado hipnótico o de trance, a pesar de tener una importancia capital para la práctica terapéutica, constituye un estado de conciencia natural. Este estado, según él, se caracteriza, entre otras cosas, por desarrollarse en un estado de conciencia sobre nosotros y nuestro entorno marcadamente diferente de la que operamos de forma usual. Un ejemplo que puede ser ilustrativo podría ser analizar como, cada mañana, coges el coche y te diriges al trabajo. Habiendo hecho al mismo recorrido centenares o miles a veces, llegas al parking de la oficina y te das cuenta de lo siguiente: has llegado a tu destino de forma automática, no eres consciente de haber pensado en cada cruce la dirección que tenías que tomar, ni siquiera, de la infinidad de movimientos coordinados que has tenido que realizar para llegar con éxito al trabajo. Todavía más, quizás no seas consciente ni dónde estabas mientras conducías, tanto en sentido externo (ahora estoy en la calle Blai), ni interno (ahora estoy pensando en aquello que me dijo ayer mi pareja). Esta situación, tan poco extraña, apunta a lo que Erickson entiende por el inconsciente.
Estas dinámicas de nuestro inconsciente pueden generar varias consecuencias. Primero, el estado de trance no constituye ninguna experiencia sobrenatural. Por el contrario, nuestra vida cotidiana está llena de experiencias que dotan de contenido intuitivo esta noción. Segundo, el estado hipnótico en si mismo no requiere ningún mago que, dotado de técnicas ocultas, permita entrar en este estado, sino que en situaciones muy cotidianas, donde se dan las condiciones para ciertas configuraciones de nuestra atención y percepción interna, pueden dar lugar, en diferentes grados de intensidad, al estado hipnótico. Finalmente, el estado de trance no implica propiamente la negación de la conciencia y, con esto, la voluntad del individuo consciente, sino más bien cierta modulación o frecuencia de esta que, dotada de las herramientas necesarias, puede ser de gran utilidad a la hora de sacar partido de las potencialidades que residen en el inconsciente.
La Hipnosis Ericksoniana como herramienta terapéutica
Para entender en qué consiste la hipnosis Ericksoniana puede ser útil profundizar algo más en la noción del inconsciente. Erickson identificaba el inconsciente como una multiplicidad de experiencias, aprendizajes y disposiciones conductuales adquiridas a lo largo del tiempo y que hacen posible el funcionamiento automático de muchas de las acciones que realizamos cotidianamente. El ejemplo de conducir vuelve a ser altamente instructivo. En un primer momento, aprender a conducir requiere un alto nivel de atención y de coordinación consciente sobre los inputs perceptivos y nuestra respuesta a estos. Así, aprendemos a frenar cuando percibimos un riesgo y, por ejemplo, a hacerlo sin calar el coche. Aun así, con el tiempo desarrollamos las habilidades perceptivas y motrices necesarias para conducir de forma casi automática, esto es, sin un esfuerzo consciente perceptible. Erickson sospechaba que el rol de estas disposiciones conductuales, la mayoría de las cuales no recordamos, tienen un papel fundamental en nuestra forma de estar en el mundo: cómo nos sentimos, actuamos, reaccionamos… Además, entendía que este rol del subconsciente, a pesar de ser altamente útil, podía dar lugar a maneras rígidas de actuar ante nuevas situaciones, impidiendo así el aprendizaje, el crecimiento y el desarrollo. A su vez, Erickson consideraba que el inconsciente constituía una ancha reserva de recursos y creatividad a la que podíamos recorrer para superar nuestros problemas presentes. Es, en esta posibilidad, donde la hipnosis como herramienta terapéutica entra en juego.
Para entender cómo el estado de trance puede servir como herramienta terapéutica es útil hacer uso de la noción de inducción. Si bien es cierto que la vida cotidiana está llena de situaciones que nos pueden llevar a un estado similar al de una sesión de hipnosis, aun así, se tiene que diferenciar el estado de hipnosis de una inducción de hipnosis. Erickson entendía por inducción un conjunto de técnicas que permiten enseñar al paciente nuevos métodos a través de los que desarrollar capacidades latentes de aprendizaje y crecimiento personal. La idea básica es que, a través de la inducción, el paciente entra en un estado de conciencia donde puede interaccionar, sin la influencia de sus estados conscientes inmediatos, con la multiplicidad de disposiciones inconscientes adquiridas, abriendo así la oportunidad a nuevas experiencias y aprendizajes. En este proceso, contra la imagen del hipnotizador como un director de orquesta del inconsciente, el papel de la persona inducida es central.
En este sentido, cabe destacar la importancia que Erickson da al uso de sugestiones indirectas en el proceso de inductivo, donde predominan las metáforas, historias y ejercicios imaginativos de carácter marcadamente ambiguo. Para Erickson, como ya hemos mencionado, el estado de trance se desarrolla en una particular tonalidad consciente donde, si bien se promueve la despotencialización del yo-consciente, este no desaparece. La tarea del terapeuta se mueve, pues, en un equilibrio particular entre dos niveles comunicativos: el del consciente y el del inconsciente, tanto del inducido como de él mismo. Una analogía instructiva es la del escritor de ficción y el equilibrio entre aquello escrito e imaginado. El trabajo del escritor no es el de imponer, como por arte de magia, un mundo imaginario en el lector. Por el contrario, el escritor ofrece, a través de la palabra escrita, una propuesta imaginaria que después cada lector tomará y dará forma a su manera. Aun así, la tarea del escritor es precisamente la de ofrecer una propuesta imaginativa tan rica como sea posible, esto es, que permita desarrollar las capacidades imaginativas latentes del lector. Y para ofrecer esta riqueza, el escritor mismo tiene que aceptar la propuesta imaginativa que está construyendo, es decir, descubrir y aprender del mundo imaginario que está creando. La inducción, a través de la palabra y otros signos (voz, tacto, etc.), pretende llevar a cabo una tarea parecida en el inconsciente. La tarea de la inducción, pues, no es la de modelar, por vía imperativa una determinada disposición, sino dotar de las condiciones óptimas para que nuevos aprendizajes inconscientes puedan emerger.
Xavi Palou Estany y Jan Palou Marín
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