Los efectos sociales de la drogadicción

30 agosto 2023

Entrevistamos a Tere Batanás:

Comencemos con una pregunta fundamental: ¿Cuál es la definición precisa de la adicción y cuáles son los tipos de adicciones más comunes en nuestros tiempos?

Existen diferentes definiciones de adicción en la literatura científica. La Organización Mundial de la Salud la define como una enfermedad física y psicoemocional que crea dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación. El DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales) establece unos criterios que nos pueden ayudar a generar un diagnóstico de adicción en función de la sustancia y la gravedad del patrón de consumo.

Oriol Romaní propone una definición que a mí me parece especialmente interesante, refiriéndose a la adicción como un “conjunto de procesos a través de los cuales se expresan ciertos malestares más o menos graves, que pueden tener causas diversas (así como otras manifestaciones) pero cuyo síntoma principal sería la organización del conjunto de la vida cotidiana de un individuo alrededor del consumo, más bien compulsivo, de determinadas drogas”.

En los últimos tiempos, voces como las del Doctor Gabor Maté en sus libros y conferencias o Johan Hari (quien lo resume muy bien en su TED Talk “todo lo que crees saber sobre la adicción está mal“), apuntan a la adicción como un proceso de desconexión, de nosotros mismos y del mundo.

Por otro lado, es importante no perder de vista la perspectiva sistémica y transgeneracional del fenómeno de la adicción. En mi experiencia profesional de más de 20 años trabajando en prisiones y Comunidad Terapéutica con personas adictas, la adicción es un fenómeno de regulación no solo para el individuo, sino también para el sistema. A la vez, se convierte en un legado familiar que ha traspasado entre generaciones y ofrece identidad y sentido de pertenencia a ese sistema familiar, porque sigue un patrón de comportamiento, una manera de gestionar el dolor y el malestar.

 

¿Las sustancias psicoactivas o las adicciones conductuales pueden ayudarnos a apaciguar nuestro malestar o a generarnos placer a corto plazo, pero a qué precio pagamos vernos sometidos a la esclavitud de la adicción?

Sin lugar a duda, el consumo de sustancias psicoactivas ha cumplido una función reguladora tanto a nivel individual como colectivo a lo largo de la historia. En algunos casos ha facilitado la socialización y la regulación dentro de los sistemas familiares. También ha permitido avances y descubrimientos a nivel científico, artístico y social, además de ser una herramienta de autoconocimiento personal, entre otras muchas funciones.

El consumo se empieza a convertir en problema cuando es la única alternativa que encuentra la persona para apaciguar su malestar, para desconectarse del dolor o para sentir el placer. Aquí es cuando podemos empezar a hablar de que la adicción secuestra y aísla a la persona. La desconecta de sí misma, de su pareja, hijos, amigos, trabajo. La organización de su vida gira en torno a la adicción. Hay muchos pacientes que describen la adicción como a su “compañera de vida”.

Es importante tener en cuenta que dependerá de la historia de la persona, de su entorno, la perspectiva familiar respecto a las sustancias, su situación económica y los recursos personales de los que dispone, entre otras muchas variables, que la esclavitud de la adicción convierta a la persona en alguien disfuncional o no.

Hay muchos mitos en torno a las adicciones. A la mayoría de la sociedad le asusta reconocer que pueden depender de algunas sustancia o actividad. Sin embargo, hay personas altamente funcionales y productivas que son dependientes.

 

 

No solo suponen un riesgo físico y mental, sino que las adicciones también pueden tener un impacto devastador en las relaciones interpersonales y el entorno del adicto/a. ¿Podrías hablarnos sobre algunos de los efectos sociales más comunes que se observan en las personas que sufren de adicción a las drogas, al alcohol o ludopatías, etc.?

Los efectos sociales dependerán, como decía anteriormente, de diferentes variables. Por un lado, será fundamental el andamiaje psicológico, emocional y social que tenga la persona, y por otro, el estatus económico.

El apoyo familiar, los recursos personales, la vinculación del propio sistema familiar con la adicción, los factores de riesgo y protección, los trastornos mentales asociados, la cuestión del género, entre otros, son factores que pueden determinar a que una persona sea dependiente. Así, en función de las diferentes variables, el nivel de afectación respecto al entorno será más o menos graves, y por ende, más o menos estigmatizantes.

Desgraciadamente, la cuestión económica sigue siendo una variable muy importante que condiciona la gravedad de las consecuencias sociales. Cuantos menos recursos tenga la persona, más fácil será que se vea envuelta en situaciones sociales complejas. En los servicios especializados en adicciones es frecuente ver a personas que han perdido el trabajo, la vivienda, que necesitan de los servicios públicos para comer y/o para dormir. En algunos otros casos, la necesidad de mantener el consumo ha empujado a algunas personas a cometer algunos actos delictivos, que los ha llevado a vivir durante algunos períodos de internamiento en prisión.

Cabe destacar que, la adicción también es un fenómeno que provoca la desconexión con el mundo y con uno mismo. Además, es frecuente ver en personas con adicciones que sus círculos personales se acaban reduciendo a aquellas personas que mantienen un estilo de vida similar.

Pero también hay muchas personas que tienen diferentes tipos de adicciones, que no sufren las consecuencias sociales de la estigmatización, que la mayoría de adicciones suponen. Y sin lugar a duda, eso lo marca, en gran medida, el nivel económico de la persona.

 

Más allá de que la recuperación de la adicción puede ser un proceso profundamente complejo, la sociedad tiende a estigmatizar a las personas adictas, lo que dificulta aún más su reintegración social. ¿Cuál es el papel de la red asistencial, la comunidad y el entorno social en el proceso terapéutico de una persona adicta?

Cuando hablamos de personas que necesitan una reintegración social, hablamos de un perfil muy concreto, que, probablemente, es el más grave y que tiene más estigma. Sin embargo, hay muchas personas adictas en nuestra sociedad totalmente integradas, que nunca llegan a salir del sistema porque son funcionales.

Ahora bien, si nos centramos en aquellas personas que sí llegan a acceder a la red asistencial, yo diría que el papel principal es el de dignificar a las personas adictas, convirtiendo los espacios de atención sanitaria en lugares donde sean tratadas con respeto y compasión.

A la vez, creo que los profesionales que trabajamos en la red asistencial tenemos un papel fundamental en los procesos con las personas adictas, y es nuestro objetivo sanar el vínculo y enseñar a la persona a conectarse de nuevo consigo mismas y con el mundo.

Esta no es una tarea sencilla en absoluto, no solo por la complejidad del proceso de rehabilitación, sino también por la falta de recursos para atender a la población adicta. Los profesionales de la salud mental y drogas de la red pública tienen un volumen de pacientes asignados que con frecuencia sobrepasa con creces las posibilidades de hacer acompañamientos con la frecuencia y el tiempo que estos requieren.

Pero, en definitiva, en un estado ideal, el papel de la red, la comunidad y el entorno es el de crear vínculo, dar apoyo, ofrecer dignidad, acompañar a la persona a incorporar recursos que le ayuden a mantenerse abstinente. Así como a elaborar aquellos aspectos de su historia personal, sus traumas y duelos no resueltos e incorporar habilidades personales y sociales que le faciliten la reconexión consigo mismo, transitando su propio dolor y la reconexión con el mundo a través de generar una nueva estructura y en gran parte una nueva identidad. Esta es una tarea vertiginosa, que requiere un gran nivel de tolerancia a la frustración, paciencia y una mirada muy compasiva por parte de los profesionales, puesto que el nivel de recaídas en este ámbito acostumbra a ser elevado.

 

Sin duda, las drogodependencias y adicciones están asociadas con comportamientos autodestructivos y un deterioro en la calidad de vida de las personas. ¿Qué herramientas puede proporcionar la terapia Gestalt para fortalecer la autoestima del adicto/a y promover la autorresponsabilidad en el proceso de recuperación?

La terapia Gestalt es fundamental para abordar los asuntos de fondo, las heridas de infancia, los mecanismos de evitación del contacto con determinadas emociones, el reconocimiento de las propias necesidades y los traumas que han generado la adicción. Por otro lado, la Terapia Gestalt puede ayudar profundamente a la persona desde su enfoque de la escucha del cuerpo y lo emocional desde uno de sus ejes principales, el aquí y ahora.

Este modelo ofrece a la persona la posibilidad de aprender a escuchar sus sensaciones y sus emociones, buscando respuestas alternativas, incorporando nuevos patrones para resolver aquellos asuntos emocionales que antes no podía sostener y tenían una única respuesta: el consumo.

Por otro lado, en las primeras fases del tratamiento es muy recomendable combinar el trabajo terapéutico con el modelo cognitivo conductual. Cuando la persona está en consumo activo, o en una abstinencia reciente, es muy arriesgado abrir asuntos emocionales de gran envergadura, puesto que todavía no tiene una estructura psicológica lo suficientemente fuerte como para sostenerse emocionalmente. Y revisar las heridas o asumir la responsabilidad de los propios actos, puede ser muy doloroso.

 

 

Es reconfortante saber que hay recursos disponibles para apoyar a las personas que luchan contra las adicciones. ¿Qué medidas crees que se deberían tomar a nivel social para abordar de manera más efectiva los efectos de la drogadicción?

Mi respuesta en este caso es muy simple: por un lado, más inversión en salud mental y adicciones, y por otro, más educación y sensibilización respecto a este asunto.

 

¿Cómo se puede incentivar el diálogo sobre las drogas, las adicciones y sus consecuencias en nuestra sociedad? ¿Puede ser la educación una forma de prevención?

La educación es un eje principal que nos construye como sociedad. Sin embargo, como otros muchos asuntos, las drogas tienen una connotación ideológica, o estamos a favor o en contra. Y ese es el error. Las drogas forman parte de nuestra historia desde los albores de los tiempos.

El ser humano tiene la fascinante capacidad de asustarse de quién es y, por lo tanto, de negar esa parte adictiva o proyectarla en “los otros”. Creo que el fenómeno de la desresponsabilización, en general, es frecuente en los humanos, ya que tendemos a negar aquellas partes de nosotros que no nos gustan o nos dan miedo, como sucede con las adicciones. Si aceptamos que todos somos susceptibles de sufrir una adicción (sustancias, tecnológicas, conductuales, formativas…)  podemos crear un modelo educativo y de tratamiento mucho más integrador.

Una buena educación emocional es fundamental para prevenir muchos problemas relacionales, una buena gestión de nuestras emociones y de nuestros patrones de funcionamiento.

Así que claro, la educación puede ser una manera de prevenir muchos problemas, no solo la adicción. Sin embargo, la educación es algo mucho más complejo que los mensajes que recibimos en la familia y los talleres que se hacen en las escuelas. Que es a lo que nos solemos referir generalmente por educación.

La educación necesita incorporar una mirada más amplia que incluya factores más profundos que tienen que ver con cuestiones biológicas y vinculares. Estos factores generan estructuras neurológicas en las personas que a lo largo de su desarrollo van a condicionar su capacidad de incorporar o no los aspectos educacionales.

 

¿Qué nuevos retos enfrentan los profesionales del acompañamiento a la hora de abordar las adicciones?

El primero de todos es tener a profesionales bien formados en el ámbito de las adicciones, el trauma y el acompañamiento terapéutico.

La adicción es un problema de una gran complejidad, es un trastorno que depende de muchos factores y requiere de un abordaje terapéutico desde una perspectiva integradora de aspectos biológicos, sociales, psicoemocionales y a veces, espirituales.

Es importante que un profesional que acompañe adicciones tenga un bagaje personal y profesional profundo. Es preciso que tenga los conocimientos del fenómeno de la adicción, de las estrategias de apoyo necesarias, sobre todo, en las primeras fases del proceso de deshabituación y de cómo el trauma está íntimamente ligado al proceso adictivo.

Cuando los profesionales cumplen los requisitos anteriores, es mucho más sencillo dignificar al adicto como un superviviente de su propia historia y generar hacia este colectivo una mirada compasiva que elimine el estigma que implica padecer una adicción. Va a estar mucho más preparado para reconocer y sostener el vínculo como la herramienta más poderosa para sanar al adicto.

Y por último, me gustaría añadir que otro de los retos, que en mi opinión tiene el ámbito del tratamiento de las adicciones en nuestro país, es la integración de tratamientos con sustancias como el LSD, la psilocibina y el MDMA. Ya hay estudios clínicos en Australia y Estados Unidos, que están demostrando la eficacia de estas sustancias en el tratamiento del alcoholismo y otras adicciones.

Uno de los potenciales de estas sustancias, según indica el investigador Chris Letheby, es una modificación en las “representaciones mentales del yo”. El tratamiento con este tipo de sustancias, creo que puede ayudar a acelerar procesos que se dilatan mucho en el tiempo y que hace que la persona afectada muchas veces se rinda en el camino, se consolide el estigma y la sensación de percepción de autoeficacia de la persona disminuya. Introducir el uso de estos tratamientos en el proceso terapéutico podría favorecer la posibilidad de reescribir los relatos biográficos y aspectos de su propia percepción, accediendo a nuevas posibilidades que definan su autoconcepto y nuevas proyecciones respecto a su vida.

 

Tere Batanás

PsicólogaTerapeuta Gestalt. Miembro docente de la Formación en Terapia Gestalt. Miembro supervisora de la AETG. Especialista en el ámbito social y de las adicciones. 

 

Formación relacionada:

Formación en drogas y adicciones para profesionales de la relación de ayuda

 

Suscribirme

    Inscríbete

      Solicita más información

        Solicita más información

          Solicita una sesión informativa